Tijuana my love!
- 07 Jan, 2021
- Tocho Morocho
Hace unas semanas me tatué la palabra “Tijuana” en el brazo izquierdo. Es el tatuaje que más me ha dolido (bueno, me dolió más otro), que más me ha hecho sangrar y el que más ha tardado en sanar de todos lo que tengo. Ah, pero ahí ando queriéndome tatuar algo de la ciudad. “No hay pedo, lo pago”, me dije por esos días.
Por Manuel Noctis
Hoy que ya está sano, lo miro y me digo a mí mismo: “Mi mismo, quieres tanto a esta pinchi ciudad fronteriza como para llevarla de por vida en el brazo, ¿verdad? Que rudote y cabrón”. Y pues sí, la verdad es que desde que llegué a Tijuana me conecté bien cabrón con la ciudad y ya no pienso separarme nunca de ella (¡Ay, que romántico!).
Digo esto porque cumplí seis años de estar viviendo en esta ciudad que me lo ha dado todo. Y cuando digo “todo”, es porque es todo (¡Chale! Pinchi licenciado en Letras y no puede ser más explícito). La cosa es que han sido seis años de poca madre, en los que he podido experimentar un montón de cosas por cada uno de los rincones donde he andado pateando calle (como bien dice el compa Daniel Salinas Basave).
Llegué a Tijuana en camión (otra vez la misma historia) porque ya quería llegar y no había vuelos directos ese día que dije: “¡Chingue su, yo me voy, alra familia y amigos!”. Todo azonzado me bajé del camión Azul y Blanco en la calle Tercera, frete al Mamut, y como provinciano de rancho no supe que hacer más que, caminar hacia la Revu y quedarme ahí como idiota hasta que se me acercó un cholo queriéndome vender un anillo dizque de plata.
Luego de eso pasaron ya seis años que hoy sigo rememorando con el mismo entusiasmo con el que llegué aquel primer día. Y es que Tijuana tiene ese no sé qué, que no sé cómo (¡que básico!), pero que produce magia pues y que es muy difícil de decir porque, tratar de explicar a Tijuana es caer en conceptos a veces retóricos o retrógradas que no llevan a nada.
El chiste es que, Tijuana ha sido parte y copartícipe de mis mejores aventuras y desventuras. Es la ciudad donde me he estado realizado chingón de forma profesional y donde he encontrado todo lo que quería encontrar. Es la ciudad pues que me hace feliz (como dijera mi compa Rafa Saavedra).
No pienso escribir un mamotreto para describir todo lo que quiero a esta ciudad, porque no terminaría nunca, y está por demás decir que soy un hijo de la vagancia enamorado de la zona centro, la Revu y la calle Sexta. Así que mejor, para celebrar estos seis años en la ciudad, les comparto cuatro pequeñas historias curiosas que me han pasado en esta ciudad, que de cierta manera dan ejemplo o noción de lo que en Tijuana se vive en algunas de sus calles.
[caption id="attachment_74299" align="aligncenter" width="1440"] Músicos norteños en la calle Primera - Foto: Manuel Noctis[/caption]
Mi amigo El Diablo
Por aquellos primeros días de enero de 2015, solía caminar todas las mañanas por la avenida Revolución con un montón de solicitudes de empleo, currículums y cartas de recomendación, esperando encontrar algún trabajo en las instituciones de cultura, librerías o sitios por el estilo que había por ahí y sus alrededores.
Uno de esos días, cansado de tanto caminar y fatigado de ver tantas caras largas ignorando mis peticiones de trabajo, me fui a buscar un espacio dónde refugiarme y me encontré con el Pasaje Sonia. Me senté, ahí solitario. Traía poco dinero en el bolsillo, tres cigarrillos en la cajetilla y una soda a medio tomar. A los pocos minutos llegó un morro, un cholillo bien tumbado que traía unos cuernos de diablo tatuados en su cabeza rapada. Se sentó a mi lado, pero de lo fatigado que andaba no le presté mucha atención.
Después de la nada, me pidió que le prestara cinco pesos, los necesitaba para ir al cyber a ver un correo que le mandaría su novia. Eso me dijo. Se los di sin mucho aspaviento y se quedó sentado a mi lado, esperando a que su novia le avisara que ya tenía el correo en su bandeja. En ese momento pensé que lo peor que me podría pasar era que el cholillo me asaltara, pero no tenía mucho de valor conmigo, más que mi celular.
Mientras fumaba mi cigarrillo, el morro volteó hacia mí y me preguntó si le podía regalar uno. “Para no hacer tan enfadosa la espera”, dijo. Sin peros de por medio le di uno de los dos que me quedaban y fumamos juntos. Luego de unos minutos, el morro me pidió que le diera un trago de mi soda y ahí sí ya salté un poco eufórico, le dije: “No chingues, carnal, ya estuvo, te di cinco varos, te regalé un cigarro y todavía me pides un trago de mi soda, ¡no mames! Es lo único que traigo para aguantar el rato”.
Después de soltarle mi perorata me temí no solo que me fuera a asaltar, sino que me sacara un fierro o me pegara un plomazo. Pero el morro se quedó atónito unos segundos y se paró, dio tres pasos hacia la Revolución y me soltó: “Sí, verdad, me estoy pasando de lanza, qué cabrón”. Yo solamente me quedé en silencio, el morro se me quedó viendo y luego avanzó nuevamente hacia la calle. Antes de dar vuelta, se giró hacia mí, se quitó una sudadera que traía colgando en el hombro, me la lanzo y me dijo: “Chingón, carnal, gracias por el paro, ahí te dejo eso para que te alivianes del frío, me dicen “El Diablo” y te acabas de ganar un amigo en Tijuana”.
Lo que mi compa no supo entonces, fue que por ese gesto se había convertido en mi primer nuevo mejor amigo en la ciudad... ahora pienso, que ironías de la vida que mi primer amigo en Tijuana fuera el mismísimo “Diablo”.
[caption id="attachment_74300" align="aligncenter" width="1080"] Aspecto del arco visto desde el corredor turístico - Foto: Manuel Noctis[/caption]
De homless, pachucos y otra parafernalia
Una ocasión me tocó ir a las oficinas de la delegación Zona Centro y cuando salí, caminé por uno de los pasillos que llevan hacia la calle Primera esquina con la Revu, donde se encuentra el arco famoso de Tijuana. Unas cuadras antes me topé con un homeless que llevaba un carrito de supermercado pintado de blanco. Me dijo: "Ey, güero, cómprame este carrito, está bien chingón, mira, trae llantas nuevas y recién pintado". Me dio un poco de risa y le dije: "Ahorita no carnal, no lo necesito".
El vato insistió y entonces me entró la curiosidad y le pregunté: "¿Oye, pero por qué lo traes pintado de blanco? El compa sonrió y me contestó: "Es que me lo robé del Calimax, lo pinté pa' que no lo reconozcan". Jajaja, me dio un chingo de risa y le respondí: "Pues no te vayas a acercar allá por el Soriana de la Segunda, no vaya a ser que piensen que te lo robaste de ahí". El vato sonrió y me dijo: "Nel, yo pa'llá arriba no subo, por eso lo ando ofreciendo por acá", y continuó su camino.
Una cuadra más adelante, ya por el arco, una señora se me acercó para venderme unas cremas para la diabetes, reumas y esas chingaderas. Antes de que me las ofreciera le dije que no, que no quería nada de eso. Me respondió: "Esa espalda encorvada un día te va a chingar, segurito eres de los que llegan a casa a tirarse en la cama a descansar". Me dio risa nuevamente y le dije: "¿Y usted como sabe eso?". "Se nota joven, usté lo que necesita es una pomadita de estas pa' que se relaje de tanto estrés". No miento, estuve a punto de comprarle una pero mejor seguí mi camino hasta llegar al bar Nelson, mientras la señora seguía observando mi paso.
Mientras caminaba por la avenida Revolución en busca de un banco HSBC para hacer un depósito, de no sé dónde salió un pinchi pachuco. "Te boleo los zapatos, carnal, pa' que reluzcan como los míos", me dijo señalando hacia el piso. Su sombrerito con pluma, camisa fajada, pantalón holgado con cadena sujeta al cinturón y sus tremendos zapatos me recordaron de inmediato a Tin Tan. El morro andaba de bolero, pero yo traía tenis y le dije que no. El compa siguió campante su camino, acompañado de su jaina y yo me metí al banco.
Mientras estaba en la fila para hacer el depósito, pensé en lo que horas antes me había preguntado un buen amigo: "¿Por qué te viniste a Tijuana?". Por eso, contesté en mis pensamientos. Por esa pinchi multiculturalidad tan intensa e interesante que hace de la ciudad una constante todos los días, y que a mí me hace ser cada día más parte de ella.
[caption id="attachment_74298" align="aligncenter" width="1080"] Postal multicultural en la Plaza Santa Cecilia - Manuel Noctis[/caption]
De paisanos y otras aventuras
Un señor muy platicador en el taxi, después de que otra persona ya no lo peló en su diálogo, se volteó conmigo y me preguntó mi nombre, a qué me dedicaba, de donde era y cuántos años tenía. Obviamente me sacó de onda, pero le contesté: “Me llamo Jaime Munguía, tengo 24 años, soy boxeador y pues soy de Tijuana”. El señor se me quedó viendo extrañado, como procesando la información y luego me dijo: “Te estaba creyendo todo, hasta que dijiste ‘pues’ y eso suena más como de Michoacán”. “Pues sí (jaja), soy de Morelia”, le contesté.
Luego de esa introducción, José —como me dijo que se llamaba– me platicó que también es michoacano, de Aguililla, y que tenía 12 años ya en Tijuana, pero estuvo durante 28 años en Chicago, hasta que lo deportaron. Me dijo que puso una paletearía La Michoacana en la colonia Camino Verde, donde vive ahora con su esposa. “¿Sabes cómo le hice para no caer en malos pasos y poder salir adelante en la ciudad?”, me preguntó en algún momento de la plática. “No tengo idea”, le repliqué.
José me contó que sabía bien que aquí los policías son culeros con los deportados, que les quitan el dinero, sus pertenencias y les rompen sus documentos. Para evitar eso, en cuanto José pisó suelo tijuanense, buscó un lugar donde enterró todo lo que traía, cerca de la rampa principal hacia la colonia Libertad. Así las veces que lo detenían no había nada de valor que quitarle y solamente sacaba dinero o sus papeles cuando salía a pedir trabajo. Trataba siempre de darse un baño y vestir más o menos bien para evitar las detenciones policiacas. Así comenzó a trabajar en una paletería en la misma colonia Libertad, sabía el oficio de familia, y fue como después se animó a tener su propio local, ya que su esposa se había venido para estar juntos otra vez.
“No soy millonario, pero estoy tranquilo y disfrutando la vida con mi esposa”, me dijo. Le felicité y me congracié por eso. Antes de bajar del taxi me agradeció por escucharlo y finalmente dijo: “Tenía tantas ganas de platicarle esto a alguien, porque me siento orgulloso de haber logrado esto en Tijuana, y que mejor que habérselo contado a un paisano... cuando quieras una agüita o un helado, pues ya sabes, ahí te vamos a estar esperando”.
[caption id="attachment_74301" align="aligncenter" width="1080"] Aspecto del bar Tropic's, en la calle Sexta - Foto: Manuel Noctis[/caption]
Ciudad de party
Eran las once de la mañana cuando subí al taxi rumbo al centro. Me senté hasta atrás y a mi lado un señor moreno y de mediana estatura iba hablando solo, en voz baja y de su boca salió un tufo machín a cerveza, whisky y tequila. Este cabrón ha de andar bien prendido con la party, pensé casi con envidia. En algún momento sacó un celular, después otro, hasta que alguien de nombre Fernanda, así le nombró, le contestó.
El señor le dijo que ya estaba listo, que dónde se verían, que le tenía una sorpresa, que no se bañara ni se arreglara porque así "Ya estaba hermosa". Quedaron de verse en media hora y colgó. El señor metió entonces la mano en la bolsa derecha de su pantalón y sacó un pacón de billetes en dólares y pesos (andaba bien forrado el vato). Juntó montoncillos acá y allá, en un lado y en otro del asiento y siguió hablando para sí mismo.
En un momento preguntó al chofer si daba vuelta en la calle Quinta y éste no le contestó. El hombre balbuceó unas palabras que no alcancé a distinguir e intercedí en la situación, le dije que sí, que ahí daba vuelta y me agradeció. Unos segundos después me dijo: "¿Vas al jale o a la escuela?". “Al jale”, le dije. "Lo bueno es que yo salí temprano hoy y regreso al jale hasta el sábado, nomás que tengo un chingo de ganas de pistear", me contestó casi inmediatamente.
Pensé por un momento que me invitaría, que me diría 'vente, no vayas a jalar' y que nos íbamos a la Revu o al Coahuilón. Pero me dije nel, no seas pendejo, él ya hizo un plan con Fernanda, así que casi con desgano le mencioné que estaba bien, que ya casi era fin de semana, que aprovechara. "Sí, pero desde que llegué a Tijuana parece que cada día es fin de semana", me dijo. Solamente sonreí cómplice de su comentario, como queriendo explicarme lo mismo a esas horas de la mañana, y remató: "Eso es lo que tiene Tijuana, todos los días hay fiesta por donde quiera". Asentí con la cabeza y el señor pidió la parada unas cuadras adelante. Me deseó que tuviera un excelente día. Lo mismo, le dije yo, y bajó como pudo del taxi porque traía una mano y una rodilla fracturadas. Seguramente en alguna pedota alguien lo madreó, pensé.
La mítica Revolución quedó entonces a merced de aquel señor moreno y de mediana estatura. Cuando llegué a mi trabajo pensé que seguramente el señor ya andaba en esos momentos pisteando con Fernanda en alguna cantinucha de la Zona Norte. Y es que Tijuana, efectivamente, ofrece eso y muchísimo más... Ya me lo imagino el sábado que regrese a trabajar, andará todo crudo y destrozado, igual que yo, quizá, pero en distintas circunstancias.
