(Relato) ‘Salvaje Oeste’ de Saúl Martínez
- 20 Jun, 2020
- Artes
Un robo mal logrado que termina en asesinato, deudas por venta y consumo de drogas y problemas relacionados con la policía, son los condimentos de este buen relato policiaco, que termina proyectado en un noticiero.
Por Saúl Martínez
Entra al auto y arroja su caja de herramientas al asiento trasero. El corazón le golpetea el pecho y respira agitado. No sabe qué pasó después de que salió corriendo de la casa. Es muy probable que el anciano haya muerto con el tercer martillazo en la cabeza. La adrenalina se diluye y Bobby reacciona. De un movimiento, esconde en la cintura de su holgado pantalón la pistola que no utilizó en el robo a la casa del viejo Carson. De todas maneras, no tenía cartuchos. Su delgadez y la ropa, dos tallas más grande que la que debería usar, dificultan detener la .22 en la cintura del pantalón.
Ahora piensa que lo más seguro es salir un tiempo de la ciudad, tarea complicada sin billetes para hacerlo. Tarde se dio cuenta que no había plata en la caja fuerte de la sala del anciano de Carson. En mala hora, piensa, lo encaró a mitad de la noche con esa vieja escopeta recortada. Esquivar, dar unos pasos y sorrajar el martillazo en la oscuridad. Metal contra hueso. El viejo cayó en el umbral de la estancia. Los otros golpes de martillo fueron el reflejo de su educación en las calles y un absurdo instinto de supervivencia. Bobby arranca el Chevy verde y, con las luces apagadas, se dirige a la calle Trinity, a lo de Franco. Unas cuadras adelante, gira a la derecha y deja el auto en el callejón de servicio. En su interior, la pistola y las herramientas del crimen.
Una luz cenital cae sobre Bobby, quien está parado sobre su sombra y golpea con el puño una puerta de lámina. Quiero hablar con Franco, dice. Quién lo busca, preguntan del otro lado del portón. Bobby, dile que soy Bobby. La luz cenital se apaga y escucha el golpeteo y correr del cerrojo metálico para abrir la puerta. Antes de entrar, echa un vistazo a ambos lados del callejón. Nadie viene y tampoco escucha sirenas de patrullas o ambulancia. Nadie se ha dado cuenta de la muerte del viejo Carson. Nadie ha llamado a la policía, supone.
Pasa por acá, le dicen, luego de que el portón metálico queda ligeramente abierto. Un tipo alto y de músculos fibrosos con camiseta de tirantes, con porte de basquetbolista en esteroides, le apunta a un pasillo mal iluminado. El camino termina en un galerón de cielo alto. Ya me sé el camino, le dice Bobby, mientras se seca las manos sudorosas en el pantalón.
Un bajeo invade sutilmente el ambiente desde un par de bocinas encajonadas al lado de un gran televisor. Dos mujeres somnolientas y en cortos vestidos sentadas en las piernas de Franco le impiden levantarse para saludar a Bobby. Una nalgada es la señal para que se anden a otro lado. Ambas toman los cigarrillos, el encendedor y los vasos de whisky de la gran mesa rectangular en el centro de la vieja bodega. Intentan caminar sensualmente, pero sus movimientos son torpes y tambaleantes. Ambas ríen tras dejarse caer en el sillón de terciopelo púrpura. Se quedan en esa esquina frente al televisor y los altoparlantes. Franco se levanta de golpe, empuja su silla hacia atrás y se queda en la mesa con los brazos extendidos, como esperando un abrazo.
—Qué hay, perro.
—Perdóname por venir tan tarde, Franco, pero...
—Para nada, me gusta cuando los amigos regresan a pagar sus deudas, ven, siéntate
—Precisamente vengo a hablar contigo de eso…
—Qué te sirvo, ¿un whisky?, ¿coñac? Mi primo me trajo un tequila de…
—Una cerveza está bien. Bobby interrumpe y se sienta frente a la gran mesa rectangular.
Frente a él hay naipes, vasos, ceniceros con restos de porros y algunas sobras de cocaína sobre un espejo y una navaja de dos filos. Mierda, claro que se le antoja inhalar eso ahora mismo, pero trata de disimularlo. Después de lo que pasó en la casa del viejo Carson, se muere por esnifar un poco.
Una lata de Budweiser azota frente a él e interrumpe sus recuerdos de hace una hora. Franco inclina la cabeza hacia un lado y hacia atrás. Levanta la ceja derecha, un gesto cargado de suspicacia que suele hacer frente a sus lacayos para que comiencen a dar explicaciones, sobre todo cuando cruza los brazos.
—Qué has estado haciendo, negro, no he sabido de ti en días, pensaba que se te había olvidado nuestro asunto pendiente.
Bobby se acerca la lata de cerveza al pecho para abrirla. Con un manotazo limpia el líquido que le salpica la camiseta.
—Claro que no, he estado un poco ocupado, de hecho, hace rato…
—A ver, perra, tráeme un poco de aquella mierda, de la colombiana. Franco lo interrumpe, truena los dedos y una de las mujeres se levanta pesadamente del sillón aterciopelado. Sigue enajenada, somnolienta. Del cajón de un escritorio saca una bolsa del tamaño de una moneda.
—Tienes que probar esta mierda, te va a encantar, carajo…
—Gracias, Franco, pero es que ahorita…
—No te voy a cobrar por probar, perro. Su gran mano se posa en el hombro caído de un Bobby pusilánime.
La mujer regresa al sillón luego de darle la bolsita y se recuesta al lado de su amiga. Franco azota el envoltorio en la mesa frente a Bobby. Aunque parezca una cortesía, Franco está acostumbrado a tratar con presión y dominación a los demás. Sobre el hombro, supervisa cómo Bobby prepara una línea con una mano espasmódica y acelerada que claquetea la navaja contra la mesa.
—Qué tal, ¿buena, no?
Bobby asiente con la cabeza y carraspea su garganta. Franco regresa a su silla y se acomoda a sus anchas. Con una mano en la barbilla, su mirada se fija en Bobby, quien no sabe cómo pedirle una prórroga del pago de su deuda. Otra opción es pedirle más dinero para marcharse mientras las cosas se calman, pero solo un idiota le prestaría más plata a su deudor para que se vaya de la ciudad, aún más endeudado.
En el camino había pensado que tampoco era buena idea decirle lo del señor Carson. Es la zona de trabajo de Franco y seguramente le traerá problemas con sus negocios. Problemas que traen consigo la policía. Se aparecen algunos días luego de un asesinato, simulan trabajar, atraen a la prensa y mantienen una innecesaria atención en la zona. Se dificulta todo para Franco, porque sus muchachos no pueden trabajar en paz, las ventas bajan y corre el riesgo de perder territorio, perder gente. Sabe que la cosa está complicada y tiene que pensar muy bien lo que va a decirle, porque sus limitadas opciones no son en realidad muy buenas, pero con el uso adecuado de las palabras cree que podrá salir bien librado de ésta.
—Pasó algo hace un momento ¿sabes?... esperaba que comprendieras que…
—Más te vale que sea algo bueno como para que vengas a estas horas hasta acá…
—Eh, sí, no te preocupes, lo que pasa es que…
—Mira, qué te parece si mejor me dices si traes o no mi dinero, perra.
—De eso quiero hablar contigo, mira, compré dos Benzos a un sujeto del lado sur y con algo de plata podemos alterar unos registros en el Departamento de Vehículos… me preguntaba si querías… Ambos voltean al pasillo al escuchar el portazo. Dos tipos rapados y corpulentos, en ropas oscuras, aparecen en el lugar.
—Franco ¿de quién es el cacharro que está allá afuera?
—No te preocupes, es de mi amigo.
—Venimos de la calle Segunda ¿sabías que mataron al viejo Carson y la policía está buscando un auto parecido a ese? Dicen que lo vieron afuera de los departamentos saliendo con las luces apagadas, tenemos que sacarlo de aquí.
Franco inclina la cabeza y levanta la ceja derecha. Luego clava su mirada en Bobby, que sigue sentado. Sus miradas de cruzan por unos segundos, pero le parecen durar una eternidad.
—Seguramente mi perro tiene una buena explicación para eso.
Franco se levanta con una lentitud desafiante. Una vez de pie y como si se alistara a castigar, recarga las palmas de sus manos sobre la mesa. Una de ellas, sobre su Glock, nueve milímetros.
—De-debe ser una coincidencia, no creo...
—Ya entiendo, perro, seguramente fuiste a ver si eran ciertos los rumores de la fortuna que el viejo Carson guarda en la caja fuerte de su sala.
—N-no sé de qué estás hablando, creo que hay un confusión…
—No mientas perra, vamos a ver ese cacharro tuyo, seguramente ahí tienes el dinero que le robaste a Carson y por fin tendrás con qué pagarme.
Los tres rodean a Bobby y Franco lo levanta de la silla a empujones, mientras se faja la Glock a la espalda. Envía a Bobby al frente. Detrás de él, Franco avanza con los dos tipos corpulentos y se dirigen a la salida. El aire frío y húmedo afuera de la bodega despierta a Bobby. Al menos por el momento. El portero del lugar se queda montando guardia en el callejón de servicio. Cuando se acercan al Chevrolet verde, Bobby se para junto a la puerta del piloto para intentar abrirla. Franco se asoma por las ventanas del otro lado del auto, mientras recarga sus manos en la capota del auto. Espera encontrar fajos de billetes en los asientos o algo de valor que cubra la deuda. En vez de eso, ve luces rojas y azules parpadeantes reflejadas en el cristal. La patrulla Crown Vic se detiene para bloquear la callejuela y sus puertas se abren.
Momentos antes, habían visto el vehículo y esperaban que alguien se acercara a él para realizar al menos un arresto por el homicidio. Franco, el portero y los dos tipos corpulentos se llevan las manos a la parte posterior de la cintura. Casi todos llevan una .357, a excepción de Franco. Bobby se tira al suelo para cubrirse detrás del Chevrolet cuando escucha la primera detonación que vino de la policía. Ni Franco, ni sus matones, ni el portero alcanzaron a tomar sus armas. Todos están tendidos en el callejón, sobre charcos de un rojo carmín.
Los oficiales reportan los disparos al despachador y justifican el uso de la fuerza. Cuatro adultos afroamericanos armados. Para sobrevivir, Bobby se arrastra discretamente, llega hasta la calle principal y gira a la derecha. Para cuando los oficiales se acercan a los cuerpos de Franco y compañía, él ya se encuentra a dos calles, donde se pierde en la oscuridad de los patios traseros de unas casas. El tiroteo forma parte de los titulares de los noticieros del día siguiente.
“Este jueves por la noche, agentes de la Policía se enfrentaron a una pandilla criminal cuando realizaban investigaciones sobre un homicidio ocurrido en los complejos departamentales de la zona sur de la ciudad. Cuatro sospechosos que atacaron a los oficiales murieron y dos mujeres fueron arrestadas. Los hoy fallecidos estaban relacionados con varias investigaciones de robo, venta de drogas y homicidios, el último de ellos, en contra de Jeffrey Carson, de 84 años, ocurrido momentos antes de este enfrentamiento. El caso tuvo una conclusión vertiginosa gracias a las investigaciones oportunas de los agentes del orden que ubicaron el auto en el que huyeron los sospechosos sobre la calle Trinity, luego de perpetrar el homicidio durante un aparente robo domiciliario en el que buscaban saquear una caja fuerte. El propietario del vehículo ha sido imposible de rastrear debido a que su serie y registro fueron modificados y no hay información del Departamento de Vehículos. Esta y mucha más información, este mediodía, por el Canal 9”.