Plan fallido

  • 24 May, 2021
  • Artes

Tengo que vivir con la certeza de que los libros que acumulé únicamente sirven para que los libreros no tengan ningún espacio sin llenar.

Por Caliche Caroma

Esta mañana desperté horrorizado, en el sueño, ¿o debo llamarlo pesadilla?, vine a enterarme de algo tristísimo, no podré leer todos los libros que quiero, la vida no alcanza nunca, siempre se muere uno pronto o la "ocupación" que este mundo demanda terminará por absorberme o quizás llegue el día en que ya no quiera leer. Algo pasará, seguro, algo terrible que me impida almacenar esas novelas, ensayos, poemarios en la bodega de mi conocimiento, de lo que se supone que más o menos sé.

Por eso bajé a su humilde casa (al parecer todo lo humilde es válido), entré a la biblioteca y abrí decenas de libros en las primeras cinco páginas, y leí sólo esa cantidad de hojas de unos sesenta textos. Me sentí aliviado, porque al menos sé de qué van las Aguafuertes porteñas, los Aires de familia, la Extracción de la piedra de locura, Los recuerdos del porvenir, El color del verano, la Fiebre de guerra, el Invéntate algo, la Historia de las religiones antiguas, El hombre elefante y otros tantos libros que se acumulan en los estantes como promesas incumplidas, ¡he fallado como lector!

Si alguien llegara a la casa y, en la curiosidad del visitante, se metiera a la biblioteca, sacara un libro, Noche sin fortuna de Andrés Caicedo, y me preguntara, "¿ya leíste éste?", yo contestaré, mitad mentira, mitad verdad, "sí, trata de unos jóvenes locos que van a una fiesta de XV años y todo se descompone, imperdible". El curioso quedará satisfecho, quizá lo pida prestado y ya depende del humor que tenga en ese momento, lo mandaré a la mierda.

Tengo que vivir con la certeza de que los libros que acumulé únicamente sirven para que los libreros no tengan ningún espacio sin llenar, porque, aun siguiendo el plan de las cinco páginas (sin olvidar la sinopsis de la contracubierta o las solapas), me será imposible enterarme de qué van la mayoría de los libros que tengo. Regalarlos no es una opción, ¿venderlos?, no, la gente normal no compra libros.

Recorro el pequeño tesoro, mil títulos, quizá un poco más, de algunos no sé ni cómo fueron a parar a mi propiedad, me detengo en uno de los autores, lo conozco, Augusto Monterroso, de él sí leí más de cinco páginas, abro el libro y me detengo en el relato "Cómo me deshice de quinientos libros", apenas leo los tres primeros párrafos cuando las lágrimas y los mocos me obligan a ir por papel...

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