Palabras para recordar a Octavio Hernández

  • 25 May, 2020
  • Tocho Morocho

Lo imagino aún como si no hubiera muerto, enviando un correo detallando su reciente propuesta de concierto para el Interzona, quejándose de la inmovilidad de las instituciones, yendo a El Mexicano a recibir la última edición del TijuaNEO, formando, con su ejemplo, nuevos promotores del rock.

Con este texto iniciamos una serie de publicaciones que estaremos compartiendo durante la semana, con los que estaremos recordando a Octavio Hernández, a propósito de que se cumplen cinco años de su fallecimiento y en reconocimiento al legado que dejó a la comunidad artístico cultural de Tijuana.

Las primeras historias del Bibliorock

Una historia no contada o platicada a tramos: la llegada de Octavio, desde Hermosillo, en los ochenta tardíos (en la diáspora épica desde el DF, después del gran sismo). Un destino por delante: los cientos de conciertos, sus polémicas amistosas, su reflexión permanente, sus libros por publicar, la incesante corresponsalía roquera. Un legado, un ejemplo, un aliado en las horas hostiles y una visión lúdica de vivir la cultura. Desde la escena nocturna del Río Rita hasta los conciertos a la intemperie en la Avenida Revolución, ahí encontramos las señas de su vocación. El trayecto radial que trazó con su Arca de neón, las incursiones televisivas y sus audaces proyectos editoriales.

Arriba a Tijuana, en busca de una zona propicia para sus proyectos en mente, de crítico musical, editor y organizador de grandes sucesos musicales. Llega y se integra con naturalidad a la escena cultural de ese tiempo. Gregario, amistoso, conversador. Se torna corresponsal de revistas del centro del país, se embarca en el proyecto de la Banda Elástica, colabora en suplementos. Un hombre de letras y un activista dedicado a convertir a Tijuana en un referente musical. Y en el escenario, en teatros o en la intemperie, es la voz del rock, el mediador, el presentador de los grandes. Mr Micrófono. Un maestro de ceremonias al centro del stage.

Se afanaba en traer antes que nadie a músicos que de otra manera tardarían décadas o quizá nunca vendrían: Los Fabulosos Cadillacs, Los Vodoo Glow Skulls, Azimuth, los Mártires del Compás, Santa Sabina, Ozomatli o Juan Perro, y tantos más, elegidos con una exigencia artística, que iba más allá de lo comercial. Lo recuerdo, el 2009, en el concierto mayúsculo de la Maldita Vecindad en la Avenida Revolución, en una atmósfera calentada por la amenaza pública de los narcos de ejecutar policías, el intento de cancelar del Ayuntamiento, la guardia incómoda de una tanqueta militar en el acceso a la Zona Norte, en plena militarización del país: la gente agitada e inquieta, a punto de la exaltación o la estampida.

Octavio junto a Rocco, el vocalista de La Maldita, ante la multitud juvenil, fueron tranquilizadores, con un mensaje de festejo, contención y serenidad, antes de la tocada.

Maldita Vecindad FTI 2009 Fotografía: Ximena Jasso Monge

El promotor cultural indispensable; el rock como tierra prometida

Cuando Octavio Hernández llega a Tijuana, se dedica de inmediato a la difusión cultural; alrededor del rock se da su hiperactividad, es su tierra prometida. Lo marca una pasión creativa, un gusto musical graduado en el conocimiento directo de la tradición, la vanguardia y la ruptura; se interesa por su nueva ciudad con una sed de náufrago.

Los sótanos del Río Rita eran un campo de batalla y una zona de experimentación cultural. Una atmósfera de ensayo, intercambio, contracultura y novedades. Ahí, bajo el signo del jaguar, fue que Octavio Hernández se alió con una generación musical, conspiró por la difusión del rock, encontró conjurados por doquier; alianzas que eran pactos, proyectos que se volvían sagas interminables: El Arca de Neón no sólo era un programa de radio, se vuelve referencia, santuario musical, fuero extraterritorial, espacio excepcional de encuentro y convocatoria.

El cronista, el periodista, el organizador musical, es un sobreviviente de las muchas trincheras que tiene a sus espaldas: El Arca de Neón, Diario 29, la radio, un escuadrón de fanzines y revistas, la gestión cultural, el puente dinámico como el Freeway 5 que va a Los Ángeles, otro de sus escenarios naturales de acción. Una alma inquieta, un cruzador de fronteras. Y no olvidamos referir su gran proyecto vital, quizá el más querido, la revista TijuaNEO, que impulsó contra viento y marea, con una voluntad blindada contra el mal fario.

Octavio y la escritura

La escritura de Octavio Hernández se da con una prosa elástica, informada y devota de la interpolación y el contraste. Logra un estilo personal, un difícil equilibrio y una gran expresividad. Así, sus textos fluyen con una insinuante ambigüedad, con una reiteración que no cansa por sus cualidades rítmicas, con una fusión de géneros que se alternan: el relato, el testimonio, la crónica descuella con su timbre solitario, su persuasión sintáctica, sus altisonancias como el “Zoo sónico”, con que el autor recorrió la ciudad.

La crónica es el género literario elegido y se trata de una escritura de combate y resistencia, de corresponsalía de guerra, de un registro tonal preciso, tanto en la tocada, el cocktail cultural, como en las alambradas fronterizas. Así, el autor tiene los cinco sentidos puestos al servicio de un registro coral; ahí desfilan los días y los años del ser fronterizo; pero el cronista no es avasallado por la embestida de una realidad abrumadora, ecléctica, cambiante, llena de tics y excesos.

Las crónicas de su libro Tijuana Mesopotamia, transitan por escenarios encontrados: la urbe, el contraste de experiencias, la soledad numerosa en medio del concierto, el viaje como método de aproximación, la galería de personajes irrepetibles. En estas crónicas no hay nada predecible, rutinario, son el relato de la excepción creativa, de la experiencia al límite, tanto artística como vital.

Foto: Flores Campbell

Memoria en el presente

En el horizonte de la avenida Revolución, en las exposiciones, los ensayos, en el entrecruce de disciplinas, que era lo suyo, en las conferencias, en el backstage de los conciertos, su figura era familiar, indispensable. Conversador nato, su amenidad, volvía cualquier anécdota un espectáculo y una fiesta verbal, que movía a la fraternidad, la memoria compartida, a la risa entre amigos.

Lo imagino aún como si no hubiera muerto, enviando un correo detallando su reciente propuesta de concierto para el Interzona, quejándose de la inmovilidad de las instituciones, yendo a El Mexicano a recibir la última edición del TijuaNEO, formando, con su ejemplo, nuevos promotores del rock. Enfrentó situaciones difíciles, las veleidades del mercado musical, la inconstancia de aliados. Y superó esos obstáculos junto con Rosalba Velasco, su pareja, con optimismo y renovada voluntad de seguir adelante.

Aparte de sus aportaciones a la cultura, su escritura de registro y crónica, sus proyectos que influyeron en tantos, nos queda su generosidad, sus palabras fraternas, su optimismo sonriente, su voluntad de recomenzar siempre de nuevo.

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