La invasión de los zombies en un festival de terror

  • 09 Oct, 2020
  • Artes

En el pueblo mágico michoacano de Tlalpujahua, se venía realizando un festival de terror de los mejores en México; hace siete años, en medio de una situación inexplicable, sucedió esta historia en la que, los zombies y los narcos, fueron los protagonistas de la noche.

Como parte de la chamba reporteril cultural que realizaba en ese entonces, un grupo de periodistas nos lanzamos al pueblo mágico de Tlalpujahua (Michoacán) para cubrir la segunda edición del Feratum Film Fest, uno de los mejores festivales de cine de terror en México. Ya instalados en el hotel, a mí me tocó compartir habitación con dos personas más del mismo grupo: Julio, que era mi compañero de trabajo en el extinto periódico Provincia, y el Dany, camarógrafo entonces de la agencia Quadratin; aunque aclaro, cada quién hacía su chamba como mejor le acomodaba.

Era inicios de octubre, de 2013, el clima otoñal ya se sentía en el ambiente. Luego de dos días completos de arduo trabajo entrevistando invitados, cubriendo presentaciones de libros, exposiciones y demás, al tercero se llegó la fiesta de clausura. Para ese momento, ya nos habíamos aventado dos mega fiestas y after partys (una en la calle y otra en un bar), los cuerpos estaban cansados e incluso los estómagos de unos cuantos, como el de mi amigo al revés Omar Arriaga, ya no respondían con normalidad.

[caption id="attachment_73377" align="aligncenter" width="960"] Con los compas periodista, Joel A. Arellano, y el fotoperiodista, Alan Ortega, en uno de los partys.[/caption]

Nos pusimos el tacuche y decidimos ir bien aferrados a disfrutar la fiesta: tequila, whisky, ron, cerveza y algo más circundaría gratis en el lugar y no había cómo hacerles el feo. Yo estaba presto a desmadrar la noche, a atormentar mi cuerpo, y así como pude me bebí en torrentes los pequeños vasos donde servían el alcohol mientras el director del festival, Miguel Marín, se paseaba como reina de la primavera por el lugar y el Presidente Municipal del pueblo mágico se mecía comodino con copa en mano en un sillón.

Previo a ese cotorreo, ya me había chutado unas charlas con el compa Iván Farías, quien había llegado como invitado especial al festival para impartir una charla sobre literatura de terror; además con el carnal Eduardo Santaella, aka el Guro, quien se había encargado de la imagen visual promocional de todo el festival. Dos morros que a la postre se convirtieron en muy buenos amigos.

Regresando al fiestón loco, momentos después de que con el Emiliano -un morro bien locochón que ahora mismo también vive en Tijuana- discutimos sobre el talento y la belleza de la actriz Maya Zapata, y que le pedimos al dj la rola aquella de “Simón el gran varón”, todo fue oscuridad; sí, de madrazo se fue la luz y en todo el pueblo.

Los semblantes de las autoridades cambiaron, pensamos que en cualquier momento se reactivaría la fiesta pero no fue así. De repente a nuestras espaldas comenzaron a salir varios personajes que pensamos eran policías, algunos encapuchados, diciéndonos que ya nos retiráramos, así sin más. Eran a penas las dos de la mañana, chale, y la fiesta había terminado sin mayor explicación.

Decidimos irnos a nuestro hotel, pero unos metros antes de llegar recibí la llamada de Julio, mi compañero de trabajo y de habitación, quien me dijo que había algo importante que hablar. Los rumores de que quizá los narcos habían cortado la luz, aunado con encontrarnos a oscuras a esa hora de la madrugada hicieron que me sacara un susto el comentario. ¿Pues qué chingados había pasado para que significara de importancia mi presencia?

Toda esa parte del camino y hasta cuando subí a la habitación, la adrenalimna estaba a flor de piel, no sabía de qué se trataba todo eso, así que cuando abrí la puerta, el pinchi sustote fue doble; el cuarto estaba todo oscuro, pero alcancé a visualizar a una horda de sucios y putrefactos zombis. No grité de espanto solamente porque los demás dormían y no me quise ver ridículo, pero sí me asusté muy gacho.

[caption id="attachment_73376" align="aligncenter" width="960"] El Dosak y su orda de zombies. - Foto: Atsiri Macías[/caption]

Cuando guardé la calma y la tranquilidad, lancé una risilla que contagió a los demás. La horda de zombies era la cuadrilla del famoso Dosak, un compa moreliano que se encargaba de organizador el Zombie Walk Morelia. Ellos habían guardado sus cosas en la habitación porque conocían a Julio y pretendían lanzarse al cerro a esa hora de la madrugada porque harían un campamento zombi, pero el cortón de luz en el pueblo y el tema de los narcos había frustrado todo su plan y no tenían dónde quedarse.

El asunto importante, entonces, que querían tratar conmigo era mi aprobación para que se quedaran a dormir en nuestra habitación. No hubo problema alguno, entre más en la habitación menos pedo y miedo, me dije. Como pudieron acomodaron sus cobijas en el suelo y ahí se quedaron. Con lo que no contaba, era que después llegara el Emiliano para quedarse también con nosotros y me jodí de dormir plácido y solo en mi cama. Eran las tres o cuatro de la mañana y había que despertar temprano para mandar las notas, qué más nos podía pasar ya esa noche.

 


*Una primera versión de esta crónica se publicó el 3 de diciembre de 2013 en la revista Silabario (Morelia, Michoacán).

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