Dile que te lleve al “Zacas”

  • 07 Dec, 2020
  • Tocho Morocho

En una de esas que rolé el porro, me acordé que conocí el “Zacas” por la historia de cómo Balka conoció a Alejandra, quien se convertiría en mi mejor amiga cuando llegué a vivir a Tijuana.

Por Crisna Donají Sánchez Ramírez

 

La entrada al “Zacas” -como se le conoce al bar Zacazonapan- estaba en la esquina entre la Calle Primera y la Constitución, en la famosa Zona Norte de Tijuana. Estaba justo donde hay una pendiente que, si la sabes surfear, puede llevarte a la calle Baja California para conectar drogas y de ahí quién sabe. Quizá pases por algún picadero no sin dilatar la pupila viendo cómo gozan su cuerpo quienes caminan en las calles, brincando de bar en bar.

Ir al “Zacas” era imprescindible en una noche tijuaneada, aunque no lo pidieras o no supieras de su existencia. Aunque fueras contigo o acompañado, era un sitio que estaba anclado en un punto de la noche, sobre todo para quienes visitaban por primera vez esta esquina fronteriza. Sin duda, las escaleras eran mis preferidas, por el misterio de ir al subterráneo del Edén -nombre del edificio donde existía el bar- a pasar una noche sin fin.

La rockola también era punto y aparte, pues de acuerdo a expertos, era una de las más “chilas” de la vida nocturna. Por supuesto el baño minúsculo era otra de mis postales favoritas, pues me recordaba al baño donde Renton se sumergió en el viaje de opiáceos en la cinta Trainspotting con “Deep blue day” de Brian Eno sonando de fondo.

***

En el mes de octubre de 2019, después de más de 40 años de tolerancia ilimitada, decenas de reportajes, crónicas, cortometrajes y entrevistas realizadas a los propietarios y clientes, así como millones de ventas en cheve y miles de rolas sonadas, el “Zacas” iba a cerrar sus puertas. Esta noticia alertó a muchos que pronosticaron la “maldita gentrificación” del centro de Tijuana.

En la experiencia de los tijuanenses, el “Zacas” siempre andaba cerrando, pero al final ni pasaba nada (aunque esa ocasión sí sucedió). Muchos decían que esta vez sí era de neta, pero no sé, lo mismo dijeron del bar “Tropic’s” y ni todo el drama que se hizo la armó de emoción, porque sigue en el mismo local con la misma rockola y la misma luz que me emborracha.

Pero “haiga sido como haiga sido”, la noticia del cierre vino acompañada de una celebración que se prolongó varios días, previo a la venta de la última cerveza y el role del último porro encendido.

Así que ahí estaba, en la segunda de tres noches que se extendió el evento oficial del “cierre”. Acababa de mudarme a mi depa (otra vez) luego de encarar que no era lo mío convivir tanto y tan profundo con un novio. En teoría, estaba en una relación monógama, con 50 jodidos varos para gastar esa noche y sí, me llevaba la chingada porque ese año nomás gasté en mudanzas pendejas.

Fumé marihuana como en las grandes ligas porque, a decir verdad, si me daba el pendiente imaginar que si el “Zacas” se mudaba a un nuevo local, no tuviera la misma tolerancia, oscuridad y rockola. Esa noche tuvo un tono de melancolía, con un resto de gente tirando fotos y contoneándose con ese movimiento que se hace cuando te respalda el barrio. El lugar era suyo, ellos lo hicieron y la fiesta era para ellos.

En una de esas que rolé el porro, me acordé que conocí el “Zacas” por la historia de cómo Balka conoció a Alejandra, quien se convertiría en mi mejor amiga cuando llegué a vivir a Tijuana.

En una de las visitas que Balka hizo a su papá en Tijuana, cuando yo ya vivía en Querétaro y padecía el calvario de ser tesista, Balka me llamó. Su llamada fue sorpresiva y el tema mucho más, sobre todo porque esa llamada fue dos días antes de que él regresara a San Luís Potosí.

Balka no suele llamar ni contestar mensajes, eso lo descubrí cuando luego de cuatro años, compartiendo depa en San Luís Potosí, dejamos de ser roomies porque regresé a Querétaro. Entonces extrañé las salidas a pagar el Internet, esas que se extendían siempre una cuadra más, un pendiente más para llegar finalmente a algún botanero, donde todo conducía -casi siempre- a hospedar visitas en el depa. Compartimos mucho tiempo y espacio y la idea de enviarnos mensajes o llamarnos simplemente parecía un chiste

“Conocí a una morra, se llama Alejandra y tiene un café. Fui al “Zacas” a ver si salía un toque. Me pedí una caguama y le pregunté al bartender si no sabía quién me podía armar. Me dijo que sin pedos me rolaba, pero que me rifara el porro; me dio la mota y las sábanas y se fue a atender la barra.

“El pedo es que no sé ponchar, así que le pregunté al man que estaba en la barra desde antes de que yo llegara que si no quería un toque y me dijo que simón así que le dije, sobres, pero rífate el porro. Y se rifó. Este man ya estaba ahí cuando yo llegué, estaba haciéndole a la mamada con una tabla, o eso pensé, porque cuando nos prendimos el gallo, resultó que era uno de estos skaters bien famosillos y vergas ya bien pinches grandes. De esos famosos de neta, hasta me enseñó videos y de pronto toda la banda que caía lo saludaba, era como estar con una estrella, pero del skate, pero neta, no dabas un peso por el vato.

“Llegué como a las cuatro de la tarde y después ya era bien noche y ya estaba hasta la madre de gente. Estaba con este vato cotorreando, cuando vi a lo lejos cómo bajaba por la escalera una morra bien pinche hermosa. Ella llegó con otra morra y de pura mamada se sentaron en nuestra mesa y comenzamos a cotorrear. No manches, es bien chida y conversamos de un buen de cosas bien chingonas y luego me dijo que tenía un café. Lo malo es que se fue temprano, pero me dijo que cayera a su café antes de irme a San Luís y la neta si voy a ir porque me dijo que va a bajar al sur en unos meses y la neta espero encontrarla allá o en el D.F. (Ahora Ciudad de México) o no sé, pero quiero volver a verla, me voy a aplicar.”

[caption id="attachment_74131" align="aligncenter" width="2560"] Fachada de la antigua locación de "El Zacas"[/caption]

Luego de la llamada de Balka, no pude evitar sentirme feliz por su nuevo enamoramiento. En los meses siguientes de vez en vez le preguntaba cómo iba su relación de amistad con Alejandra. La verdad es que me decía poco, pero reitero, Balka no se aparece tan seguido. Cuando comenzó el verano de 2017 yo ya estaba haciendo los trámites para titularme de la Universidad, así que viajaba esporádicamente a San Luís Potosí para avanzar en los trámites y saludar a mis amigos.

En uno de esos viajes esporádicos en fin de semana, Balka me anunció que Alejandra ya estaba en la Huasteca y que llegaría a la ciudad en los próximos días. De momento no podía creer que Alejandra hubiera ido hasta San Luís Potosí desde Tijuana y más al sur. Sentí respeto y curiosidad por conocerla.

Cuando finalmente llegó al depa, salimos a caminar por esas calles vetustas y añejas del gran tunal, compartiendo imágenes de su ciudad y yo de la mía (Tijuana y Querétaro respectivamente).

Ese mismo año, viajé a Ensenada tres meses después de haber conocido a Alejandra en la casa y barrio que tanto caminé siendo universitaria y donde mi amistad con Balka se tejió profundo. Viajar a Baja California también significaba dejar de tener relación con mi directora de tesis; era una celebración para jamás volver a saber nada de ella ni de la tesis de más de 200 páginas que tanto me hizo batallar.

“Dile que te lleve al Zacas” me dijo Balka, cuando le conté que aprovechando el viaje a Ensenada a presentar una ponencia en un coloquio de Antropología (ya siendo toda una licenciada), iría a visitar a Alejandra en Tijuana, fue el mejor consejo de Balka, pero lo olvidé cuando comenzó la noche tijuanera.

No obstante, llegamos a un lugar subterráneo y cuando iba bajando las escaleras del bar supe que ése era el “Zacas”: “¿Es aquí donde conociste a Balka?”, le pregunté a Alejandra y ella sonriendo me lo confirmó.

“Creo que iba con Graciela y hacía un chingo de calor. Cuando llegamos ya había un chingo de gente así que nos sentamos en la misma mesa en la que se encontraba un vato skate y otro man y pues como es costumbre, se hizo el cotorreo. Cuando me moví con Graciela, invité al vato al café porque dijo que ya casi se retachaba a San Luís Potosí.

“Creo que cayó al café al otro día y ahí intercambiamos contactos y también creo que yo ya traía en la mente el trip de bajar al sur o quizá no, pero ahí pasamos nuestros contactos y por eso cuando bajé al sur caí a su casa, donde te conocí a ti.”

Esa noche con Alejandra, nos fumamos varios porros que el cholo sensual a quien le faltaba un pedazo de oreja nos compartió y conforme avanzaban las horas, yo pensaba que hubiera venido antes a Tijuana. Y sintiendo cuerpos rozándose y olfateando el aroma de los sudores y las drogas mientras hacía cola para ir al baño minúsculo, comenzó a antojarme la idea de venir a Tijuana definitivamente con el hogar en mi maleta.

Cuatro meses después de haber estado en Baja California, regresé a vivir a esta ciudad fronteriza. Desde que llegué, la verdad es que no fui muchas veces al “Zacas”, pero fue imposible perderme el cotorreo de esa noche de octubre de 2019 a causa del “cierre” del bar.

Mientras tocaba alguna banda de reggae, me di cuenta que había fumado marihuana más de la cuenta (como siempre) y que no podía articular mis caderas, que las botas que traía puestas no eran tan cómodas y sobre todo, que nunca fui al “Zacas” con Balka y que definitivamente no volví a hacerlo con Alejandra una vez que llegué a vivir a Tijuana. Fumé y honestamente anhelé chingarme una caguama con ellos, rebotar de risa y mantenerme entera y tijuaneada.

***

Por si estaban con el pendiente, nuestro “Zacas” reabrió sus puertas el 24 de enero de 2020 conservando la arquitectura y oscuridad subterránea, los ventiladores gigantes, la rockola y por supuesto la tolerancia. Aunque eso sí, a seis cuadras de donde estaba, pero aún en el downtown.

Como dato curioso, el nuevo local es capaz de aguantar unas “las trais” en la que jueguen alrededor de 10 adultos sin causar derramamientos de caguama o porros tumbados al piso y el baño ya no es minúsculo. Además, el nuevo “Zacas” ya está abierto a pesar del maldito Covid-19 y la verdad sí fui y hasta dibujé un monito en la puerta de uno de los excusados.

Balka nunca logró enamorarse profundamente de Alejandra y a ella no se le ocurrió hacerlo ni siquiera un poquito. Ambos están en mi lista de personas favoritas.

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